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viernes, 17 de febrero de 2012

Baladas del dulce Jim




Un amigo lo ha dicho. Le daré las gracias, pensé, le daré las gracias. Por última vez he querido morir sobre la acera mojada. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero veía la calle, los coches, las luces, y me pareció mentira que a aquellas horas aún anduviera la gente por la calle. Iba a decírselo a mi amigo, pero no pude. El pelo mojado sobre mi frente olía a lluvia y entonces se lo dije, no que tenía libres todas las tardes y noches de mi vida, sino lo otro, que por la noche las casas parecen fantasmas sin alma, y qué extraño es, a pesar de las noticias recibidas, sentir ganas de vivir.


***

Nevó en el mar. Y por fin caminé sobre el inmenso hielo hacia la blanca lejanía. Una cruz señalaba el lugar en el mapa. Crucé el océano y ya iba a alcanzar el sol cuando grité de pena y con las uñas abrí hendiduras en la helada capa para ver el mar. Las gaviotas muertas de frío en las rocas, me ayudaron a recobrar el miedo que sienten los adolescentes cuando cesan en su llanto por las noches y se inventan un amable desconocido que acariciándoles la cabeza les ayuda a hablar sobre el amor.


***

Pasaban las doce de la noche cuando regresaba a casa , y juro que no bebí, pero allí estaban los dos, jugando a cartas a la vuelta de la esquina. Eran dos sombras enamoradas: Bécquer y Ché Guevara.

Ana María Moix en "Baladas del dulce Jim" (Bartleby Poesía, Lecturas 21)





3 comentarios:

  1. "Una cruz señalaba el lugar en el mapa" Allí, justo allí está La Misteriosa.

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  2. Querido habitante de la isla misteriosa: sabes que cuando leí esa frase me acordé de ti?
    Un abrazo.

    José Antonio: A mí me parece muy hermoso. Gracias por tu participación

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