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martes, 2 de octubre de 2012

Spoon River





En las últimas semanas he leído tres escritos de distintos amigos sobre la “Antología de Spoon River” de Edgar Lee Masters, con motivo de la edición completa en Bartleby Editores. Así que me entraron ganas de releerlo. Como normalmente tengo la costumbre de marcar las páginas con pegatinas de colores, os dejo aquí un par de poemas que me gustaron la primera vez que lo leí y que también me han emocionado ahora.


REUBEN PANTIER

Al fin, Emily Sparks, tus plegarias no fueron inútiles.
No fue del todo en vano tu amor.
Cuanto he sido en la vida se lo debo
a tu esperanza de que yo no renunciara,
a tu amor que me seguía viendo bueno.
Querida Emily Sparks, déjame que te cuente mi historia.
Paso por alto la influencia de mi padre y de mi madre.
Me metió en un lío la hija de la sombrerera,
y así me fui por el mundo,
donde corrí todos los peligros conocidos
del vino, las mujeres y los placeres de la vida.
Una noche, en un cuarto de la Rue de Rivoli,
cuando estaba bebiendo vino con una cocotte de ojos negros,
se me llenaron los ojos de lágrimas.
Ella pensó que eran lágrimas de amor, y sonrió
pensando en la conquista que había hecho.
Pero mi alma estaba a cuatro mil kilómetros de allí,
estaba en aquellos días en que tú me enseñabas en Spoon River.
Y precisamente porque ya no podías amarme,
ni rezar por mí, ni escribirme cartas,
habló por ti tu eterno silencio.
Y la cocotte de ojos negros creyó que las lágrimas eran por ella
y para ella los falsos besos que le di.
No sé cómo, desde aquel instante, lo vi todo distinto…
¡Mi querida Emily Sparks!


JULIAN SCOTT

Hacia el final
la verdad de los otros era falsedad para mí;
la justicia de los otros, injusticia para mí;
sus razones para morir, mis razones para vivir;
sus razones para vivir, mis razones para morir;
habría matado a los que ellos habrían salvado,
y salvado a los que ellos habrían matado.
Y comprendí que un dios, si viniera a la tierra,
tendría que obrar de acuerdo con lo que viera y pensara,
y que no podría vivir en este mundo de hombres
y moverse entre ellos
sin choques continuos.
El polvo es para arrastrarse, el cielo para volar...
Por eso, oh alma con alas crecidas,
remóntate hasta el sol.




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