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domingo, 30 de junio de 2013



Recuerdo que cuando era niña pasé una etapa en la que creía, casi con certeza, que mi vida era la apariencia de un mundo ante el mundo. Mi sospecha era tan grande que lo observaba todo celosamente con el afán de pillar a la vida en un renuncio que me demostrara que yo estaba en lo cierto. Nunca tuve evidencias.

Ahora soy hasta incapaz de imaginar el paraíso.



Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente y que este charco fuera un mar.
Cuando el niño era un niño no sabía que era niño,
para él todo estaba animado
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre,
se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello,
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.

Cuando el niño era niño era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y por qué no soy tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuando empezó el tiempo y dónde acaba el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿No es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal y gente que realmente son malos?
¿Cómo puede ser que yo, que existo,
no haya sido antes de existir, y que alguna vez yo,
que existo, ya no seré quien soy?

Cuando el niño era niño le costaba tragar las espinacas,
los chícharos, el arroz con leche y la coliflor al vapor,
y ahora come todo, no sólo por necesidad.

Cuando el niño era niño alguna vez despertó en una cama extraña,
y ahora lo hace seguido.
Muchas personas le parecían bellas,
y ahora, sólo en ocasiones, con suerte.
Imaginaba claramente el paraíso,
y ahora, como mucho, lo adivina.
No podía pensar en nada,
y hoy se estremece ante ella.

Cuando el niño era niño jugaba entusiasmado,
y ahora se concentra como antes
sólo si se trata de trabajo.

Cuando el niño era niño las manzanas y el pan
le bastaban de alimento, y todavía es así.
Cuando el niño era niño las moras le caían en la mano,
como sólo caen la moras, y así es todavía;
las nueces frescas le ponían áspera la lengua,
y así es todavía;
encima de cada montaña tenía el anhelo de una montaña más alta,
y en cada ciudad el anhelo de una ciudad aún más grande...
y siempre es así todavía.
En la copa del árbol tiraba de las cerezas
con igual deleite lo hace hoy todavía;
se asustaba de los extraños como todavía se asuste;
esperaba las primeras nieves y todavía las espera.

Cuando el niño era niño
lanzó un palo como una lanza contra el árbol,
y hoy vibra así todavía.

Peter Handke


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