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miércoles, 19 de junio de 2013

silencio




Cada uno de nosotros intenta a su manera curarse del sentimiento de culpa, de la sensación de pánico, del silencio. (…) Y después están todas las cosas que se hacen para no tener que hablar: unos pasan las veladas dormidos en salas de proyección, con una mujer al lado a la que, de este modo, no se sienten obligados a hablar; otros aprenden a jugar a bridge; otros hacen el amor, que se puede hacer también sin palabras. Se suele decir que estas cosas se hacen para engañar el tiempo: en realidad se hacen para engañar el silencio.
(…) El silencio debe ser contemplado y juzgado desde el punto de vista moral. No nos es dado elegir si ser felices o infelices. Pero es preciso elegir no ser diabólicamente infelices. El silencio puede alcanzar una forma de infelicidad cerrada, monstruosa, diabólica: puede ajar los días de la juventud, hacer amargo el pan. Puede llevar, como se ha dicho, a la muerte.
El silencio debe ser contemplado y juzgado desde el punto de vista moral. Porque el silencio, como la apatía y la lujuria, es un pecado. El hecho de que en nuestra época sea un pecado común a todos nuestros semejantes, que sea el fruto amargo de nuestra época malsana, no nos exime del deber de reconocer su naturaleza, de llamarlo por su verdadero nombre.

Natalia Ginzburg en el relato Silencio. Del libro "Las pequeñas virtudes"




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