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miércoles, 15 de enero de 2014

Juan Gelman


Con Macarena, su nieta recuperada


El dolor se asume y se asimila, nunca se supera. Caminas con él al lado, pero nunca se puede eludir pasando por encima de él, o sortearlo cavando un túnel que nos lleve al otro lado. Llega y se queda con nosotros como un huésped al que no has invitado.
Mirarlo con una sonrisa es un gesto de grandeza y valentía, y luchar por que ese huésped indeseable no se extienda a los demás es un acto de nobleza. Así Juan Gelman.
Me quedo con su lucha y su sonrisa. Y, por supuesto,  con su poesía.

El último libro que leí de Juan Gelman, “De atrasalante en su porfía”, termina con estos dos poemas.


SIGUE QUE SIGUE

El hilo tendido entre
lo que fue y lo que será es una
apuesta ciega. Sentir su cierzo
en pasos del recuerdo como
delicada pasión
es capaz de llorar en la esquina.
Las pesadillas de sí
son hierros que no se pueden doblar.
Aquello que aman se murió.
Hace sufrir la claridad
de una mañana buena que
confía en tus pasos y
nada pregunta. Caminar
por senderos de lo inesperado
prueba que los cisnes existen.
La luz que cae
no se puede sentir.



VISTAS

Mucho más que el encuentro es
el deseo incesante
que fabrica silencios.
El vacío no tiene solución
tiembla entre
su continuidad y su ruptura.
La sangre
se mueve contra
las leyes del estar.
La piel que arde solita
orbita en universos, se
parece a un alma sin agua.
Los oceanos de la razón
son espejismos del sueño sin sueño.
Nunca les crece la
verde ramita de lo que no fue.


Con su sonrisa





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